Situado en el término municipal de Cihuri, el cerro de La Esclavitud albergó en tiempos una granja-ermita donde se rendía culto a la virgen del mismo nombre. La vieja ermita, como la nueva que hoy podemos disfrutar, fue edificada sobre una cueva rupestre de tiempos visigóticos que aún se conserva y es uno de los muchos eremitorios de la cuenca del río Tirón y de los montes Obarenes.
Este cerro, que había pertenecido al Monasterio de Santa María de Herrera, en la provincia de Burgos, dependió del de San Millán de la Cogolla (Patrimonio de la Humanidad) desde el s. XVI hasta el XIX. En 1633, siendo abad en San Millán Benito González, se recibió una importante donación destinada a reconstruir la ermita, en completo estado de abandono. Este monje benedictino, una vez finalizado su mandato, se estableció en el cerro, donde levantó de nuevo la iglesia, construyó una casa con habitación para seis monjes, hizo una huerta, plantó viñas, cultivó las tierras y fundó la cofradía de los Esclavos de María.
Fray Benito dedicó 40 años a La Esclavitud, la época de mayor esplendor del santuario, y aquí fue enterrado cuando falleció, en 1673, a los 86 años. Otros frailes del Monasterio de San Millán le sucedieron en el cuidado de la finca, y a mediados del s. XVIII rendía sobradamente y se beneficiaba de las limosnas de fieles y peregrinos.
Cuenta la leyenda que, tras la “francesada”, la imagen de la Virgen de la Esclavitud (del s. XVII) apareció bajo las ruinas de la ermita, en la antigua cueva, y desde entonces preside el retablo central de la iglesia parroquial de Cihuri como patrona del municipio. Una vez al año regresa a su lugar de origen: el 15 de mayo, junto a San Isidro Labrador, y esta antigua romería inspiró el proyecto del nuevo parque, iniciado en el 2016. En el cerro, catalogado como yacimiento arqueológico, se halló un molino barquiforme (conservado en el Museo de La Rioja), así como los restos de los monjes aquí enterrados que se exponen en un osario en la nueva ermita.
El santuario es una edificación aparentemente sencilla de una sola planta cuadrada de 100 m2, construida con la piedra del lugar y perfectamente integrada en el entorno, pues tiene forma de guardaviñas, un elemento característico en los viñedos de la Rioja Alta. Para el singular diseño de la ermita, concebida según la proporción áurea, el arquitecto técnico Francisco Mir Brusel se ha basado en la Geometría Sagrada y en la simbología bíblica de los números.
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